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Bajo tierra;

martes, 28 de junio de 2011,6/28/2011


Ella tenía el cabello corto, a nadie le gustaba aquello, ya sea porque sus ojos se notaban más grandes de lo habitual o por simple sexismo, rasgo habitual en su entorno. Pero, gustase a quien le gustase ella llevaba su peinado con una sonrisa, que quizás hacía más grotesco el hecho.
 A ella le gustaba pasear por el andén del metro, cerca de los rieles, para cuando el tren pasara el viento la intentara empujar. A nadie le gustaba ello, aunque odiaban menos ello que el hecho que tuviera ese corte, sin embargo a ella no le importaba. Lo que si le importaba era que no había podido saltar al otro lado.
Estaba en la punta, con la mitad del zapato en el aire, las manos extendidas, por si alguien se dignaba a jalarla hacia su destino, pero, aunque ellos estaban en ese otro extremo no hicieron ademán de querer cruzarla. Ella no les habló, no se los pidió más que con aquel ademán de estirar los brazos, sus labios no se entreabrieron, mas, que para ahogar los sollozos.
Aunque había sido abandonada por ellos, no estaba sola, en su lado había más personas, algunas sentadas en unas improvisadas sillas de color destacador y unas jugando en los escalones, como si quisieran ignorar el que debían cruzar al otro lado.
Ella suspiró, miró al cielo, encontrándose con el techo de la estación, algunas palomas revoloteaban por sobre fierros que nunca entendería para qué servían.
Qué triste –repentinamente se dijo a sí misma- Qué vergonzoso.
Odiaba su voz, por eso evitaba hablar más de lo necesario, pero aquellas palabras habían luchado por hacerse realidad, logrando su objetivo. Quería gritarlas, repetirlas hasta el cansancio, golpearse el rostro y arañarselo, proferir las maldiciones que pudiese ocurrírsele… porque no cruzó el camino, ya no había fama resguardada para ese nombre… que ya olvidé.
-Qué triste –repitió en voz un poquito más alta- Qué vergonzoso… qué triste.
-¿Vas a quedarte repitiendo eso todo el día?
Los ojos negros de aquella sin nombre fulminaron a quien quiera que intervino, que se encontraba tras de ella, con las manos en los bolsillos y una postura bastante relajada. Ella volteó y le enfrentó, conteniendo las ganas de empujarle y espetarle que no era igual que él, no podía serlo.
-¿De qué vale callarlo si tus ojos hablan por sí mismos? –le dijo y dio un paso al frente. Aquello fue suficiente para que la otra retrocediera- Cobarde… como todos nosotros.
-¡No! –hubiera querido chillar con todas sus fuerzas, pero a cambio volteó nuevamente y observó el otro lado, convencida que podía evidenciar el que ella era distinta. Saltó… Cayó entre ambos rieles, muy lejos de aquel otro extremo. No podía cruzar, había demostrado que no pudo, ni podía hacerlo.
-¿Qué tiene de malo no poder hacerlo a la primera? –escuchó la voz de ese mismo entrometido. Ahora, que se hallaba en los rieles, bajo de aquella plataforma desde donde él le hablaba se sintió peor que un gusano. Intentó mantener la frente en alto, pero las lágrimas la obligaron a bajar la cabeza.
-No soy inútil como tú –repuso con la voz temblorosa, lo que la apenó más aún- ¡No me compares contigo, ni todos ellos!
El ambiente cambió, el desprecio se notaba en los semblantes de aquellos que no podía cruzar. Ella, los observaba con repugnancia, ellos, sin excepción, sin piedad, con pensamientos repulsivos.
Pareció como si repentinamente todos hubieran cocido sus labios con un hilo invisible. Solo se oía la respiración irregular de la aborrecida joven de cabello corto, producto del llanto, a veces el ruido del metal de los rieles, impactados por las lastimadas y sangres piernas de aquella que falló.
Los ojos negros daban la impresión de estar sumergidos en petróleo, estaban húmedos la mayoría del tiempo, ya que ella intentaba no derramar lágrimas, sino retenerlas allí hasta que pudieran desaparecer, de maneras que ni ella se podía explicar, pero quería creer. Aquellos agujeros pétreos observaban la otra orilla, con la esperanza de poder llegar a ella, aun sin moverse de allí… porque no podía hacerlo, los rieles la retenían, como si fueran hechos de una especie de goma pegajosa.
-¿Por qué no dejas que te dé una mano?
-¿Por qué no te mueres? –fue su respuesta, nuevamente dirigida a ese sin nombre, de actitud irresponsable y aspecto indiferente- Me harías un gran favor.
-Porque quizás quiero tanto como tu llegar allá.
-¿Qué sabes tú de cuanto quiero llegar allá? -Giró y por ello el corto cabello se movió violentamente- ¡No te compares a mí! –gritó.
Qué triste… -dijo él y se encuclilló, en la orilla de la plataforma- Qué vergonzoso…
Los ojos negros se desbordaron y las mejillas rojas de aquella fueron empapadas rápidamente por esos azabaches ríos salados. Se mordió los labios con fuerza y violencia, queriendo herírselos, sin embargo nada ocurrió. Estaba ella, aquella sumida en la bruma, siendo observaba por ese típico chico que odiaría y del que se burlaría. Estaba él arriba en la plataforma y ella abajo, en los rieles, llorando, suplicándole a quien fuera que los estuviera guiando que eso no fuese un hecho. Pero lo era y para olvidarlo debía primero admitir… que era igual que él.

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2 comentarios:
Blogger Camila Belén ha dicho...

:)

24 de julio de 2011, 3:12  


Blogger Lucean ha dicho...

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