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Lo que Alicia encontró allí...;

martes, 15 de junio de 2010,6/15/2010


Alicia sonreía socarronamente mientras se sacaba sus rojos zapatos nuevos y los escondía tras las plantas. Reía entre dientes pero bajito, ya que aunque había inculpado por el desastre en la cocina a Lewis, sabía que su tía Redd no iba a tardar en ir a buscarla a su cuarto para regañarla por cualquier sandez que se le viniera a la mente.
Por último se deshizo de sus calcetines y dejando escapar un par de carcajadas se dirigió a la casona de atrás, la cual siempre le habían prohibido visitar. Sin embargo ella era muy curiosa, y nada sumisa, por lo que sin pensarlo dos veces fijó su objetivo. Saltó las piedras que se le interpusieron con agilidad, disfrutando de jugar como siempre había querido.
A pesar del mucho sufrimiento que se acumulaba en su espalda, Alicia, parecía una chica completamente normal, quizás demasiado cabezota y gruñona para su época, pero nada que pudiera evidenciar la muerte de su madre y el posterior suicidio de su padre.
—¡Alicia!
La niña volteó el rostro al darse por aludida, la voz de su tía se oía furiosa y sabía de sobra que si la veía dispuesta a ir a aquella casa le daría un regaño de esos que duran horas. Maldijo al idiota de Lewis, que seguro había dicho la verdad para salir del reto y, tomando su vestido para desplazarse con mayor libertad, salió corriendo hacia la puerta de madera. La impactó con las manos pero esta no se abrió, por lo que con todas sus fuerzas, y desesperación, la empujó, logrando que se moviera lo suficiente para dejarla entrar.
Una vez en el lugar la golpeó el olor a flores muertas, provocándole instantáneamente una arcada. Se tapó la nariz pellizcándosela con los dedos y, lenta y silenciosamente, se internó en el lóbrego lugar.
Caminó a ciegas, sintiendo las tablas rechinantes y mal puestas bajo sus pies, y también la adrenalina que le provocaba saber que estaba haciendo trizas las preciadas reglas de su tía.
Hasta que de pronto el sonido de una puerta cerrándose violentamente la inmovilizó. La incertidumbre la asaltó, porque el sonido indudablemente había provenido de aquí dentro, donde únicamente se hallaba ella. Sola, desorientada y con los sentidos puestos en un ambiguo contexto comenzó a sentir el frío miedo subiendo por su cuerpo, como si se tratara de una serpiente ascendiendo bajo sus ropas, hasta finalmente situarse en su cuello, enrollándose en este, cortándole la respiración y deteniendo su corazón.
Su cuerpo tenso se quedó así por unos cuantos minutos, en los cuales, con la mandíbula apretada y los ojos recorriendo la amenazante y eterna oscuridad, apenas y respiró. Buscaba algo, lo sabía, pero no alcanzaba a entender qué.
Dio un par de pasos con las manos en frente para evitar chocar con las cosas que había delante pero de nada le sirvió, porque tropezó con algo en el piso, terminó por perder el equilibrio y caer. Se golpeó la cabeza contra el suelo, por lo que se mantuvo allí por un rato, mareada y adolorida, quejándose débilmente.
—Lewis… —murmuró y alzó la vista a ver si su inseparable amigo aparecía y le daba alguna guía para salir de tal horrible lugar, pero la oscuridad se mantuvo inmutable, tal y como el sufrimiento.
Estiró la mano e intentó arrastrarse hasta llegar a una muralla y así luego hallar la puerta, pero sus fuerzas menguaban a cada segundo, y lo que encontró al apoyarse en la tabla le hizo cambiar de parecer de inmediato. Miró el objeto de manera apática, sin entender bien de dónde había salido ni porqué estaba allí. Se lo acercó a la cara con lentitud, mientras notaba que sus dedos eran teñidos de un color carmesí. Torpemente lo giró y pudo reconocer que se trataba de un pequeño reloj de bolsillo, sin embargo lo que más le llamó la atención era que aún funcionaba y según lo que había oído esta casa había sido abandonada hace quince años, el mismo tiempo que había pasado desde que había nacido.
—Es imposible —farfulló mirándolo con suspicacia.
Mas su análisis fue interrumpido por un estruendo cerca de ella, un sonido que gradualmente se hacía más y más ensordecedor, como si se fuese acercando a donde estaba. Alicia se incorporó del piso con rapidez, pero en el momento en que alzó la cabeza hacía el frente algo chocó con ella, lanzándola hacia un lado.
Todo pasó tan raudamente que ni siquiera pudo diferenciar qué había sido lo que le había atacado, ni donde exactamente había parado.
El lugar en que se encontraba ahora era mucho más frío y el piso parecía hecho de concreto. Ante el cambio de temperatura y el miedo se abrazó las rodillas y escondió la cara en sus piernas. Sin embargo de repente un susurro la obligó a elevar la vista y así poder vislumbrar un pequeño destello de luz, algo sutil, pero que era perfectamente capaz de captar. Intentó colocarse de pie pero algo impactó su cabeza, por lo que con precipitación volvió a su anterior posición.
El silencio fue interrumpido en ese instante, quebrado por una melodía suave, armoniosa pero que al mismo tiempo poseía un matiz tenebroso y gélido.
Alicia tiritando de pies a cabeza, con las lágrimas a punto de salir de sus cuencas, sonrió esperanzada, como si conociera tales sonidos y supiese que pertenecían a la persona que la sacaría de aquí, pero tal creencia se despedazó cuando algo cayó a pocos centímetros de sus pies. En un principio no supo qué era, en el hueco en que estaba metida se acomodó mejor, tratando de alejarse de tal objeto, pero como no podía despegar la vista de ello en unos minutos dio que se trataba de una… mano.
—¿Qu-quién es? —murmuró con los labios temblorosos.
No hubo respuesta, sólo la música continuaba, sin importarle lo que ocurriese en la oscura habitación.
—O-oye —elevó más la voz. Y armándose de valor logró acercar uno de sus pies a aquella extremidad, con el fin de tocarla y llamar la atención de su dueño.
—Es tu culpa, tú la mataste.
La música desapareció en ese instante. Alicia se hizo la desentendida y separó los labios para inquirirle al hombre de qué hablaba, mas se quedó con la palabra en la boca. De repente la mano tomó su pie con una fuerza brutal.
—¿Qu-qué pasa? Por favor…
En el instante en que se iba a disponer a pedir piedad vio el rostro de su captor, sin embargo no tuvo tiempo para más porque este tiró de ella, arrastrándola al fuego y a su misma muerte.
Era su padre… siempre lo fue.

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1 comentarios:
Blogger Cía ha dicho...

Hola! Esta muy bien el texto. Al leerlo se me han puesto los pelos de punta. Tiene mucho misterio y me ha gustado:)

Te sigo! Besos

16 de junio de 2010, 5:52  


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